Fuimos más que dos

Aquel día estaba en el umbral de la puerta del consultorio en el hospital donde trabajaba, fumaba un cigarrillo mientras esperaba al nuevo médico que recién acaba de llegar de la sierra de Puebla, temerosa como sucedía con frecuencia de que fuese un viejito gruñón, mandón y enfadoso. Cuál fue mi sorpresa de verle llegar caminando con gran gallardía, exhibiendo una gran sonrisa de cordialidad , alto joven y atractivo, con una mirada penetrante además de franca, me dijo que terminara de fumar y entonces podríamos iniciar la consulta. Se llamaba Martín, tenía alrededor de treinta y tres años, yo veintiocho, así es que empezamos a ser compañeros de trabajo, el mi médico, yo su enfermera, un equipo donde prevalecía la tolerancia, el respeto y una buena comunicación para hacer un trabajo de calidad con calidez. Cuando terminaba la consulta iniciaba nuestra charla interminable acerca de todo lo que sabíamos; de nuestra visión del mundo, de nuestras preferencias, intereses, necesidades y los que haríamos para hacer concretas muchas de nuestras metas. Lo que teníamos en común eran un afán incesante por aprender, además, creíamos en mundos alternos, en la esoteria, en el desarrollo de la espiritualidad, y la diversidad de métodos de sanación. Nos convertimos en los mejores amigos, camaradas, cómplices y nuestras salidas fueron cada vez más frecuentes; una despedida por cambio de unidad, una visita a una comunidad, remar en el lago de Valsequillo, tomar café en los portales de Cholula y después bailar en un antro de la recta, pedir pizas y jugar juegos de mesa con mi pequeño hijo Oliver de apenas año y medio. Los tres disfrutando, en su casa a veces, y otras en la mía. Una de las cosas más relevantes fue inscribirnos en un diplomado de hipnosis y escaparnos a Acapulco a un congreso internacional, ahhh como gozamos de este.

En esta etapa de mi vida me estaba retirando emocionalmente de Leonel el padre de mi hijo, y venía a casa de vez en cuando para verle, Así es que Martín y Leonel en algún momento coincidieron, se conocieron y se cayeron de la patada, pero me sorprendía la ecuanimidad con que Martín manejaba las situaciones cara a cara, en una ocasión llego Leonel con un tamborcito para regalarle a nuestro hijo y nos encontró sentados alrededor de la mesa, con botanitas, helados y aguas frescas, armando rompecabezas, muy ofendido quiso llevarse a Oliver para desquitar su ira pero el niño se resistió y lloró, así que tuvo que retirarse porque obviamente Martín le había ganado la partida. Le enseñaba a dizque manejar en su Dart color champaña en el fraccionamiento donde vivíamos, a veces íbamos los tres a ver una película de niños, Oliver nos acompañaba en los paseos al campo, parecíamos una familia de a de veras, una familia feliz, unida por el amor y Martín adoraba a nuestro niño. Lo que inició como amistad se convirtió en amor, y fue un tiempo fugaz el que compartimos una relación amorosa, porque Martín me pidió que me fuera a vivir con él y tuve miedo, un miedo inexplicable.
yo trabajaba hasta extenuarme y no me tome un tiempo para tomar una decisión tan trascendente…así que lo fui postergando, al cabo de ocho meses de compartirnos le llegó un cambio de unidad, le dieron su base en otra comunidad ubicada a cuatro horas de aquí. Él se tuvo que ir y nos perdimos. Después de seis años Martín regresó a nuestro hospital y volvimos a querer retomar aquello que quedó inconcluso, pero fue imposible, ambos habíamos cambiado, ya no había chispa, ni conexión, así que nos separamos definitivamente. Me cambié de unidad y deje de verlo diez años.

Martín murió a los 60 años de un infarto de eso ya pasaron cinco años, y yo me he enterado apenas hace unos días. He llorado por no haber estado para despedirlo, he recordado de él solo lo mejor. He guardado en mi corazón ese tiempo que compartimos los tres, porque él nos amó tiernamente a mí y a mi hijo y supo ser el compañero que yo necesitaba en esos momentos, me ayudo a salir del pozo. Sentirme querida, aceptada y protegida por un hombre de este calibre fue crucial para sanar mis heridas de guerra, las heridas del desamor por la traición de mi marido. Me hice más fuerte, más valiente y pude afrontar proseguir sola. Gracias Martín por estar ahí cuando más te necesitaba.